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Conocimiento común y conocimiento científico

Actualizado: 19 nov 2023

Vivimos en la actualidad lo que algunos autores, en el estilo de la filosofía comtiana, denominan un cuarto período o época contemporánea, donde se consuma la diferencia entre experiencia (conocimiento común) y técnica científica (conocimiento científico). Desde el materialismo, esto significa que la materia hoy se observa por sus caracteres electrónicos; antes bastaba la balanza para medir el peso atómico, pero en el siglo XX se separan los isótopos y se hace necesaria una técnica indirecta, el espectroscopio de masa.


El aspecto no científico, sino filosófico de estas técnicas, quiere poner de manifiesto que hoy las cosas no se miran por los aspectos inmediatos de la experiencia usual, porque los fenómenos eléctricos de los átomos están ocultos, es preciso instrumentarlos en un conjunto de aparatos que en la vida común no tiene significado directo. En la experiencia anterior, el cloruro de sodio se pesa como en la vida común se pesa la sal de cocina, de una precisión a la otra no cambia la idea de medida, incluso en un sentido comercial; en el conocimiento científico, en cambio, hay un camino teórico previo que recorrer para comprender los antecedentes, de hecho estos antecedentes acá se miran como resultados.


Por muy sutil que parezca la diferencia, de lo que se trata es de la primacía de la reflexión por sobre la percepción (conocimiento por los sentidos); las trayectorias que permiten separar los isótopos en el espectroscopio de masa no existen en la naturaleza, hay que producirlos técnicamente. Son teoremas deificados. Tendremos que demostrar que lo que el hombre hace en una técnica científica del cuarto período, no existe en la naturaleza y tampoco es una consecuencia natural de fenómenos naturales. Pero para llegar a ello obviamente que hubo que pasar antes por esta tercera etapa del positivismo, que tuvo un sentido profundamente instrumental y racionalista, proclive a dar prontas respuestas al conocimiento común.


En el reconocimiento de los enormes progresos del pensamiento científico, es preciso indicar que en el espíritu mismo del investigador el pensamiento científico se separa del pensamiento común. El investigador termina siendo un hombre provisto de dos comportamientos, y ésta división confunde todas las discusiones filosóficas, cuando intenta poner en continuidad el conocimiento científico y el conocimiento común. Pero el trabajo del investigador debe imponerse por convicción, no centrarse en los valores de la cultura.


Esta discontinuidad queda en evidencia en un sinnúmero de situaciones, por ejemplo en el modo cómo la técnica que construyó la lámpara eléctrica de hilo incandescente rompió con todas las técnicas de iluminación usadas por la humanidad hasta el siglo XX. En todas las técnicas antiguas, para iluminar había que quemar una materia. En la lámpara de Edison, el arte técnico consiste en impedir que una materia se queme. La técnica antigua es una técnica de combustión. La nueva técnica es una técnica de no-combustión. El empirismo de la combustión se contentaba con una clasificación de las sustancias combustibles, con una valorización de los buenos combustibles, con una división entre sustancias susceptibles de mantener la combustión y sustancias “impropias” de ello. Para impedir la combustión hay que haber comprendido que la combustión es una combinación, y no el desarrollo de una potencia sustancial. La química del oxígeno ha reformado de arriba abajo el conocimiento de los combustiones. La función de la ampolleta no es impedir que las corrientes de aire agiten la lámpara sino conservar el vacío en alrededor del filamento. La lámpara eléctrica no tiene absolutamente ningún carácter constitutivo común con la lámpara ordinaria. El único carácter que permite designar a las dos lámparas con la misma palabra es que ambas iluminan la habitación cuando llega la noche. Para acercarlas, para confundirlas, para designarlas, se ha hecho de ellas el objeto de un conocimiento de la vida común. Pero esta unidad de fin no es una unidad de pensamiento sino para aquel que sólo piensa en el fin. Es este fin el que sobrevalora las descripciones fenomenológicas tradicionales del conocimiento. Durante el siglo XVIII, en la ciencia de la electricidad se planteaba precisamente una equivalencia sustancial entre los tres principios: fuego, electricidad, luz. Dicho de otro modo, la electricidad era tomada según los caracteres evidentes de la chispa eléctrica: la electricidad es fuego y luz, se suponía que se trataba del mismo principio material, se necesitaba sólo dar un alimento a esta electricidad fuego-luz. Tales imágenes –que podríamos multiplicar– muestran claramente qué con facilidad establece su sistema el empirismo de observación y con qué rapidez ese sistema se cierra, dando más respuestas que preguntas.


Finalmente, para mostrar la oposición entre el conocimiento común y el conocimiento científico podemos evocar las dificultades de este último para desprenderse de los grandes valores y sus consecuencias sociales o culturales, de los valores del universo que gobiernan los conocimientos comunes y que perturban la orientación científica. La oposición entre aire bueno y aire viciado no puede ofrecer una clasificación química profunda y durable (los vegetales limpian lo que los animales contaminan). Después de una división semejante a cada paso se presentan falsos problemas. Aun cuando conserve un germen de ideas sanas, el investigador no podrá determinar su conocimiento; no puede haber juicios de valor en su pensamiento.


Texto resumido por el suscrito de Bachelard, Gaston, "Conocimiento común y conocimiento científico", en El racionalismo aplicado, versión castellana de Irene A. Ramos, Buenos Aires, Paidós, 1978, pp. 99-13


Ardua tarea la del investigador que debe desarrollar conocimiento científico; debe ser reflexivo más allá de lo evidente o sensible, sin un fin específico o material, y debe estar desprovisto de cargas valóricas culturales.

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